Sobre la materialidad del mundo



"Yo sabía que [Emilio Prados] trabajaba para la Editorial Séneca, había visto en su casa ejemplares de la vieja Litoral y le había oído muchas cosas sobre esa revista y las actividades editoriales que había compartido con Altolaguirre. Así me inicié también en el amor a la tipografía que me ha acompañado siempre. Yo había sido a mi vez aprendiz en un taller de encuadernación, y aunque no me hago la ilusión de que pudiéramos borrar de veras sin dejar rastro nuestra condición de diletantes, de todas formas me parece que hasta cierto punto nos movíamos en ese mundo como verdaderos trabajadores. Emilio me enseñaba también, sin necesidad de darme lecciones, la dignidad del trabajo, en especial del trabajo artesanal.
Porque es en la artesanía donde todavía hoy el trabajo se muestra en la plenitud de sus dos caras opuestas: no sólo como producción, esa operación que transforma la materia de nuestra herencia natural en un mundo de bienes económicos despegados de su raíz y crea esos nuevos circuitos, propiamente económicos, que se cierran sobre sí mismos y fundan de paso el orden de la explotación y la injusticia; sino también como hechura, esa lucha amorosa con la materia, ese contacto corporal, manual, con las cosas y su resistencia que nos deja saber sobre la materialidad del mundo lo que sólo la mano, nunca el intelecto, puede saber. Por eso lo que sale de las manos del artesano no es nunca puramente bien de consumo, sino a la vez bien precioso, belleza no desechable, objeto no para la necesidad o el apetito que se satisfacen destruyéndolo, sino para el amor que, digan lo que digan, está más allá de la dialéctica del apetito y la satisfacción, de la apropiación y la destrucción, sino que es capaz de apetecer en la satisfacción y satisfacerse en la apetencia".

Tomás Segovia
Sobre exiliados (El Colegio de México, México D.F., 2007)