Los amores de un bibliómano




“En uno de los estantes más alejados –el tercero desde arriba, cuarto compartimento a la derecha– había una vieja copia del Manual de Nueva Inglaterra, un curioso librito, fino, cuadrado, con las cubiertas de cartón azul desvaído. Un buen número de veces me he preguntado si no debería llevar a arreglar esa preciosidad y que me la encuadernaran de la forma más lujosa posible; de hecho, con frecuencia he tenido la tentación de cambiar las modestas tapas azules de cartón por otras de cuero flexible, porque creía que de esta manera demostraría el aprecio que le tengo a esta joya. Un día le hablé de esto a mi amigo el juez Methuen, ya que respeto mucho su opinión.
‘Sería un sacrilegio’, me dijo, ‘quitarle al libro su encuadernación original. ¡Cómo! ¿Romperías y tirarías las tapas que han sentido la caricia de las manos de aquellos cuya memoria veneras? ¡El más sagrado de los sentimiento prohibiría tal acto de vandalismo!’”.

****

“Con toda franqueza debo decir que ella [Captivity Waite] se acercaba mucho a los ideales de un libro –un octavo menor, por ejemplo– bello, de letra clara, limpia, bien organizado y bien editado, con amplios márgenes, bien encuadernado; un libro humano cuyo texto, representado por su carácter y su inteligencia, se correspondían felizmente con el encanto de su aspecto exterior”.


Los amores de un bibliómano
Periférica, Cáceres, 2013.

Las barbas cizalladas de una mentira

http://www.jotdown.es/store/


En el número 7 de la revista Jot Down, especial Derribando mitos, cizallo las barbas de una mentira. Este es el arranque: 

"Dicen que el libro es un artilugio perfecto. Insisten en que no hay, ni habrá mañana, invento que supere su eficaz diseño. La salmodia quisiera conjurar al diabólico electrónico, pero él ya ha echado al mundo el kindle que pronto cumplirá sus designios y, profundamente aburrido, se entretiene matando píxeles con el rabo. El rezo, inútil exorcismo, comienza a sonar a réquiem, monódico como el gregoriano y patrañero como el sermón del sacerdote sin fe y sin teología. Habrá que cizallar, so pena de pasar por heraldos luciferinos, las barbas de la mentira. El libro no es un artefacto perfecto, no, desde luego, tal y como hoy se nos presenta con una frecuencia que ha conseguido anestesiar nuestro espanto. Sucede con alevosa reincidencia: los editores perpetran portadas plastificadas de un feísmo cumplido y despropósitos tipográficos que lastiman los ojos; las revistas de poesía se imprimen en papel satinado de rígido gramaje, impermeable a los versos y a las yemas de los dedos, y las diputaciones provinciales y otros mausoleos corporativos financian horripilantes engendros. Son, sin embargo, naderías, escrúpulos que hacen olvidar las fallas primordiales: los libros acostumbran a estar mal armados, pésimamente construidos. Se ha olvidado y despreciado la perfección de la factura, herencia de la sabiduría artesana en el que cada elemento tiene una función y la verdad inapelable de la función redunda en el embellecimiento del objeto".