“En uno de los estantes más alejados –el tercero desde
arriba, cuarto compartimento a la derecha– había una vieja copia del Manual de Nueva Inglaterra, un curioso
librito, fino, cuadrado, con las cubiertas de cartón azul desvaído. Un buen
número de veces me he preguntado si no debería llevar a arreglar esa preciosidad
y que me la encuadernaran de la forma más lujosa posible; de hecho, con frecuencia
he tenido la tentación de cambiar las modestas tapas azules de cartón por otras
de cuero flexible, porque creía que de esta manera demostraría el aprecio que
le tengo a esta joya. Un día le hablé de esto a mi amigo el juez Methuen, ya
que respeto mucho su opinión.
‘Sería un sacrilegio’, me dijo, ‘quitarle al libro su
encuadernación original. ¡Cómo! ¿Romperías y tirarías las tapas que han sentido
la caricia de las manos de aquellos cuya memoria veneras? ¡El más sagrado de
los sentimiento prohibiría tal acto de vandalismo!’”.
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“Con toda franqueza debo decir que ella [Captivity Waite] se
acercaba mucho a los ideales de un libro –un octavo menor, por ejemplo– bello,
de letra clara, limpia, bien organizado y bien editado, con amplios márgenes,
bien encuadernado; un libro humano cuyo texto, representado por su carácter y
su inteligencia, se correspondían felizmente con el encanto de su aspecto exterior”.
Los amores de un
bibliómano
Periférica, Cáceres, 2013.